*Por Gisela Colombo

El prodigio es una película estrenada en 2022 que es tendencia por estos días en la plataforma de streaming más popular.

Se trata de una historia real sobre una niña de once años que genera inquietud en un pueblo irlandés, durante 1862. ¿El motivo? Un ayuno absoluto de cuatro meses y el prodigio de que su salud no se resiente. Anna (Kíla Lord Cassidy) confiesa vivir únicamente del “maná del cielo” y la oración.

Con el objeto de salir de dudas un consejo de hombres del lugar entre los que están un sacerdote, el médico del pueblo y otras figuras emblemáticas, contrata a una enfermera, Lib (Florence Pugh) que llega desde Londres para cuidar a la niña y desentrañar el misterio. Ella y una religiosa se irán turnando con la premisa de no dejar jamás sola a la niña. El propósito es confirmar si efectivamente existe prodigio en esa situación. Por su parte, la enfermera carga una historia de dolor que se develará pronto y quizá explique un interés en Anna que excede la función laboral para la que fue convocada.

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Lo curioso de la puesta en escena es que inicialmente vemos claro un plató de filmación que la cámara va mostrando hasta adentrarse en lo que la escenografía simula un barco en el cual va viajando la protagonista hacia Irlanda. Es extraño el recurso. Quizá poco feliz porque hasta el mismísimo final no se explica ni se utiliza nuevamente.

El director es Sebastián Lelio, de procedencia chilena, que ha sido premiado ya en los Oscars, es el responsable también de haber adaptado una novela de Emma Donaghue que reedita la polémica antiquísima entre la ciencia y la fe.

El film está bien realizado, bien actuado y el resto de los detalles colaboran en la efectividad del relato. Sin embargo, no vemos la profundidad necesaria de la polémica que podría haberse dado. Algunos detalles desplegados paulatinamente hasta la confesión de la niña plantean otros conflictos sociales que no se sondean decididamente. Tal es el caso de los trastornos alimenticios que prefiguran ya tiempos posteriores, algunos tabúes y una mirada escatológica que sustenta todo el conflicto.

Sólo es posible concluir, a partir de las señales, que el director y guionista abraza una postura con perspectiva de género y deja traslucir cierto anticlericalismo, expresado prudentemente.

En fin, un producto satisfactorio, que se mueve cerca de la superficie.