* Por Gisela Colombo

En 2010 se estrenó una co-poducción española-argentina llamada “Sin retorno”. Se trata de un relato cuyo punto de partida es un accidente de tránsito en el que muere un ciclista durante una madrugada bonaerense.

Se trata de la ópera prima del director Miguel Cohan, quien brillaría más tarde con “Betibú”, “La fragilidad de los cuerpos” y “La misma sangre”.

El personaje principal está a cargo de Leonardo Sbaraglia, quien desde hace décadas viene trabajando en ambas orillas. Federico Samaniego, un hombre de mediana edad cuya culpa más grave es haberse topado en la calle con un ciclista a quien, en una maniobra sin grandes consecuencias, arruina la bicicleta para luego partir antes de que el dueño (Agustín Vásquez) logre reaccionar. Minutos más tarde, mientras Pablo manipulaba su bicicleta, el verdadero agresor acaba con su vida. Es Matías Fustiniano(Martín Slipak), quien también accidentalmente embiste con su auto al ciclista no sin una cantidad considerable de alcohol en sangre. Esta vez sí muere la víctima y lo hace en el acto.

Matías es el hijo adolescente de una familia que se esmera por tapar el crimen. Desaparecen el auto, y siguen viviendo cuatro años más sin que la culpa del chico tuerza el curso del engaño. Mientras tanto, Federico afronta las consecuencias del crimen que no cometió.

En una tercera línea, Víctor Marchetti (Federico Luppi), el padre de Pablo, recorre todos los juzgados y canales de televisión hasta que logra que la justicia se expida y condene a Federico (Sbaraglia) a cuatro años en prisión. Será él quien deba buscar el modo de ordenar la confusión y, tal vez, vengarse no sólo del sujeto que, como padre de la víctima, se obsesionó con su culpabilidad. También cargará contra el verdadero asesino, responsable de toda su tragedia.

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Se trata de un relato de tema policial. Sin embargo, está enfocado como un hecho que pone en juego la ética más que la justicia, la comprensión de hechos azarosos que presenta la vida y no la dilucidación de los detalles jurídicos, ni los entretelones del delito dentro y fuera del penal.

Este corrimiento del centro hacia cierta reflexión moral es la que le concede al thriller lo que hace tanto más efectivo al relato: el intríngulis filosófico o dilema trasladado al espectador. La culpa del asesino y su necesidad de ser redimido, la ira e impotencia de quien es acusado injustamente, el encubrimiento vil de los padres del agresor que se conmueven más por su juventud y destino que por la vida del hombre al que están arruinando son ejemplos de ello. Al igual que la desesperación del padre del joven que murió, que necesita cierta compensación utópica para atravesar la pérdida del hijo. Todo ello activa universales difíciles de ignorar en sociedades modernas empáticas como la nuestra. El espectador, que tenderá tanto a la empatía con la víctima de la insidia como la indiferencia de los padres (Luis Machín y Ana Celentano) y la agobiante culpa del verdadero asesino (Slipak), se verá trasladado al centro del laberinto.

El relato es efectivo sin ser grandilocuente. El guión a cargo de Miguel y Ana Cohan es un gran acierto y eso se traduce, junto con el casting y la dirección, en un muy buen producto sin fuegos artificiales.

Aun así la película fue premiada en varios certámenes internacionales a su estreno. Las actuaciones son parte importante de los ingredientes de la eficacia que acredita el film. No hay una actitud morbosa en ninguno de los detalles. Diríase que el conflicto interior de cada uno de los personajes es lo que recibe la mayor luz argumental. Tal vez por eso la plataforma más popular de streaming vuelve a dar vida y difundir un producto de trece años de antigüedad que sigue interesando más allá de los avances técnicos, de los cambios generacionales y, en fin, de las modas. Muy buen entretenimiento.