* Por Gisela Colombo 

En una de las plataformas de streaming se ofrece hace unos meses un film llamado “Hasta que nos volvamos a encontrar”, una coproducción peruana-española. Los protagonistas son un actor joven conocido en España como Maxi Iglesias y una actriz, bailarina y cantante peruana llamada Stephanie Cayo, que vive con un pie en Lima y otra en la tierra de su esposo, EEUU.

Es una comedia romántica que vio la luz muy recientemente, durante 2022 y fue dirigida por un actor, director, guionista y locutor peruano, Bruno Ascenzo.

El contrapunto que plantea la comedia es, en realidad, un juego de opuestos en el que Salvador, un joven español recién llegado a Perú, con el objetivo de hacer un gran negocio inmobiliario en una zona turística. Ariana, en cambio, es una chica simple, compenetrada no sólo con el entorno natural en que se mueve sino también inmersa profundamente en su idiosincrasia, y sus manifestaciones artísticas. Mientras él encarna el capitalismo europeo, el mundo de la economía de mercado llevada al extremo, Ariana representa la mirada que subyace en el fondo de la cultura peruana como una edulcorada versión de “Los ríos profundos” de José María Arguedas. El choque de culturas que en algún tiempo fue literal hoy han derivado en dos cosmovisiones diferentes sin que los arcabuces y los caballos le pongan el cuerpo. Son visiones cuyos focos están puestos en el sistema económico y la filosofía de lo humano de las cuales derivan.

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Mientras él proviene de una familia de empresarios, dueños del mayor holding inmobiliario de España, ella vive con una tía en un sitio animado por un espíritu precolombino puro y omnipresente. El encuentro es en Cuzco. Salvador llega allí en un viaje de negocios. Su profesión es la de arquitecto y está allí para medir las posibilidades de crear un complejo turístico de seis estrellas en el lugar.

Ella, antisistema capitalista, rechaza todo lo que él representa. Pero lo descubre después de haber pasado una noche con él y haber conocido la instintiva compatibilidad entre ambos. Lo que vendrá será, como el mito de Daphne y Apolo, la carrera de huida de Ariana y la persecución de Salvador, con el deseo de atraparla en un vínculo amoroso. Sin embargo, Ariana no deja nunca de sentir atracción por el joven y eso determina la posibilidad permanente de generar acercamientos. Luego se desarrollarán los detalles de una experiencia infantil y juvenil traumática que dieron forma a la psiquis de la chica. Y también se manifestará la incomodidad esclavizante que sufre Salvador frente a las presiones de su padre.

Se trata de una comedia romántica, pero la obra también introduce una polémica que tiene tantos años como la mismísima América latina. Es que mientras él carga la cultura que Rodolfo Kusch denomina el “ser alguien”, ella encarna “el mero estar”.

Kusch, un intelectual argentino de mucho renombre, plantea estas dos visiones alternativas que se experimentan en la América hispana como el mestizaje cultural que sobrevive hasta la actualidad.

Quienes adhieren a “ser alguien” consideran el enriquecimiento de un ser a partir de la realización de éxitos visibles por otros, casi todos ligados a la materia, sin los cuales no está en riesgo sólo el prestigio social, sino mucho más que eso: sin esa superación visible, “no se es nadie”. El ser, para esta perspectiva, depende de la materialización de planes concretos ligados al dinero o al poder.

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En cambio, la cultura que sostiene Ariana es la más propia del mundo concebido por la América previa a la llegada de los españoles. Un concepto completamente embevido en pensamiento mítico. En él, la circularidad de la experiencia prevalece ante un tiempo lineal progresivo propio del positivismo y cientificismo europeo. Si esa visión existe es porque el punto de partida no es el individualismo occidental, sino lo contrario. En la mirada del “mero estar” nadie debe lograr existir. Se existe por naturaleza, sin ansiedades, y la entidad de cada sujeto es absolutamente independiente de sus manifestaciones ante terceros o de sus logros materiales. En el fondo, cada sujeto es sólo un engranaje más de una gran identidad comunitaria que es la que recorre una permanente y nunca acabada circularidad. El individuo no es la medida de todas las cosas. La vida y la naturaleza lo son. Algunos mueren a ella y otros nacen, provocando que la rueda jamás se interrumpa. La eternidad comunitaria. Por eso la joven rechaza los proyectos capitalistas extremos que llevan a Salvador hasta Perú.

Más allá de que esta película no es gran cosa, cumple con las expectativas de una comedia romántica sin irse jamás hacia lo empalagoso, mientras nos presenta esta disyuntiva sociológica que sobrevive en nuestras sociedades como una doble identidad y un doble estilo de vida en contradicción permanente. Un mestizaje cultural todavía hoy en vigencia.