*Por Gisela Colombo
"La casa” es una tira argentina dirigida por Diego Lerman y Fernando Zuber y producida por Campo Cine. Fue estrenada en la Televisión Pública durante el año 2015 y hoy está disponible entre las propuestas de la plataforma Netflix. Se trata de una serie de relatos que, como en un libro de cuentos, quedan reunidos por un elemento común. En este caso, el título explicita cuál es. Todo gira en torno de un espacio donde ocurren hechos en diferentes coordenadas temporales. La casa en cuestión es una casona emplazada en una isla del Delta de El Tigre encargada por un extranjero adinerado que no llega a conocerla porque muere en altamar mientras viaja a radicarse allí. Pero la casa es mucho más que eso: incluye bosque, río y sitios abiertos, estructuras edilicias complementarias y un escenario signado por el aislamiento. Galpones o construcciones a medio derruir, abandonadas a su condición de ruinas, resaltan el fondo: la sensación compartida de haber sido desterrados de los paraísos posibles de la vida, si los hay.
La voz de una narradora plantea un prólogo que revela las circunstancias históricas y la identidad de cada uno de los personajes que va poseyendo o habitando la casa. Traza así un puente entre la ficción que veremos y la realidad histórica de la propiedad.
La temática y el género son diferentes en cada historia. Algunos críticos señalan que incluso pueden verse las dinámicas propias del relato de suspenso o terror. En otros casos, las herramientas utilizadas se aproximan al drama. La ciencia-ficción se congrega asimismo en el corpus de historias y hay algunas muestras de narrativa biográfica. El inquietante efecto fantástico también se promueve en el espectador deliberadamente.
En “Criatura”, el primer episodio que corresponde a 1929, se narra la pérdida que sufre un médico joven cuando muere su esposa, y el surgimiento de una rebeldía existencial que lo lleva a celebrar ritos esotéricos para regresar a la vida a su esposa. Y aunque termina lográndolo, lo hace de un modo que recuerda el “Cementerio de animales” de Stephen King o “La pata de mono” de Jacob. En ambos casos, como en el tópico del zombie que tanto se ha llevado a la pantalla, lo que regresa no es esa mujer que murió, sino una “criatura” diferente. Protagonizan aquí Gonzalo Heredia y Érica Rivas.
En el segundo episodio, “Despedida”, que ocurre en 1935, se ve un retiro de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera los últimos días antes del viaje fatídico que acabaría con sus vidas en la gira por Colombia. Alternan en este relato actuado algunas imágenes reales de la televisión que cubrieron las exequias de los músicos y su convocatoria multitudinaria.
En el tercer capítulo, ocurrido en 1945, denominado “Japonés”, dos hijas mujeres viven con una madre controladora que no las deja salir de la casa y evita por todos los medios el contacto con varones. Lo que romperá ese orden opresivo será la aparición de un hombre agonizante que ha escapado del siniestro ocurrido al submarino en el que viajaba durante la Segunda Guerra Mundial. Luego veremos un episodio que muestra el secuestro de una niña y la sensibilidad particular de uno de sus captores, en 1952. En el relato de 1967 dos jóvenes estudiantes de filosofía que cursan su noviazgo, invitan a la empleada doméstica a tener un trío sexual durante un fin de semana. En 1978 “Revolucionarios” narra las horas en que una madre comprometida con la causa revolucionaria se encuentra con su hijo adolescente a quien había abandonado por embarcarse en la lucha armada. Julieta Díaz es quien interpreta a Helena, la protagonista.
Las historias siguen en su diversidad conservando siempre el esquema en el que la casa es la protagonista real. El cosmos en que se suceden hechos dignos de ser contadas. La mecánica bien podría recrear aquella que plantea un libro de cuentos como “Misteriosa Buenos Aires”: el sitio es el mismo, pero por él desfilan sucesos muy diversos y personajes de todo tipo, que se ordenan a partir de fechas y van siendo, además de hechos extraordinarios que podrían interesar al espectador, un modo de retratar el paso del tiempo, de reconstruir la historia.
El dolor atraviesa todo el conjunto. Y los trece relatos construyen un conjunto de tono que pudo haber sido nostálgico e idealizado y, en cambio, manifiesta la imperfección de un mundo que aun en su plenitud, antes de ser agotado por el tiempo y la caducidad, ya es suficientemente imperfecto y limitante. Así, la memoria de otros esplendores no domina jamás las escenas. Ése no parece ser nunca el propósito. Quizá sea ésta la mayor fortaleza de la tira y un motivo de peso para verla…