Santa Rosa despidió a dos de sus faros culturales. El legado de Raquel Pumilla y la "Negra" Alvarado.
Hay personas que no solo habitan una ciudad, sino que la construyen con sus manos, su voz y su mirada. Santa Rosa se siente hoy un poco más silenciosa tras la partida de Raquel Pumilla y la "Negra" Alvarado, dos mujeres que, desde veredas distintas pero con la misma intensidad, dedicaron su vida a que La Pampa tuviera una identidad cultural propia y vibrante.
Raquel fue mucho más que una gestora y una mujer del arte. Pintora, ceramista, diseñadora e ilustradora y referente de los derechos humanos, fue, ante todo, una tejedora de redes. Quienes la conocieron saben que su energía estaba puesta en el hacer: en abrir espacios, en organizar el encuentro, en creer que la cultura es el único refugio posible contra el olvido.

"... ve zarpar su barquito", óleo de Raquel Pumilla.
Por otro lado, la "Negra" Alvarado nos deja el eco de una sensibilidad única. Referente indiscutida del canto y la expresión popular, la Negra no solo habitaba los escenarios; los transformaba en un living de casa donde la música era el hilo conductor de nuestras historias. Su generosidad para compartir el saber y su calidez para recibir a las nuevas generaciones de artistas la convirtieron en una figura maternal y respetada dentro del ambiente folclórico y cultural pampeano.
Pionera en la búsqueda de la identidad de la zona sur de nuestro país, esencialmente en lo referido a lo musical y literario, creyente fiel de que es esencial conocer lo propio, para aprender a amarlo y luego defenderlo, porque siempre lo nuestro será lo mejor para nosotros mismos.
En las últimas horas, los muros de Facebook y perfiles de Instagram de los santarroseños se llenaron de anécdotas compartidas. “Gracias por enseñarnos que la cultura se hace desde el pie, con respeto y mucho amor por lo nuestro”, escribía una exalumna de los talleres de la Negra, resumiendo un sentir que se repite en cada comentario: la gratitud.
Lo que une a Raquel y a la Negra no es solo la coincidencia de su partida, sino la coherencia de sus vidas. Ninguna de las dos trabajó para el bronce, sino para el presente de su comunidad, que hoy las despide con la gratitud de quienes saben que, gracias a ellas, La Pampa es un lugar más sensible. Sus ausencias se notarán, pero sus huellas ya son parte del mapa de nuestra cultura.
