“Cuando Frank conoció a Carlitos” es una comedia musical que se estrenó en el Teatro Presidente Alvear, de la calle Corrientes, en la Ciudad de Buenos Aires. Pero actualmente cursa las últimas funciones en el “Teatro Astral”. 

Se trata de una obra cuyo punto de partida es una película, contrariamente a lo que ocurre con otros éxitos de las tablas, que recién luego pasan al cine. En rigor, pensada para teatro, el proyecto de 2019 quedó trunco durante la pandemia, por lo que se filmó una producción para televisión que recorría pasos similares a ésta que hoy se presenta.

El asunto sondea un encuentro imaginario entre Frank Sinatra y Carlos Gardel. 

El marco es la velada que ocurre después del espectáculo de Gardel en Radio City, New York. Las primeras escenas nos muestran a nuestro ícono insuperable de la música ciudadana, quitándose el smoking, mientras un jovencito se le presenta como admirador. Gardel lo hace pasar a su camarín y comienza el contrapunto. 

El discurso de “Carlitos” (Oscar Lajad) sucede en un registro de habla a mitad de camino entre el léxico popular de aquellos tiempos de primera mitad del siglo XX y un lunfardo no muy críptico, que se comprende sin dificultad para los hablantes rioplatenses. Así es como se expresa nuestro artista. La otra lengua en la que se manifiesta el interlocutor (Alan Madanes) requiere subtítulos, si el público hispanoparlante quiere apreciar del todo un guion excelente. Es por ello que allí están las traducciones, subtítulos que corren como en el lenguaje cinematográfico, coronando la caja teatral. Eso auxilia la comprensión de un inglés abierto, a la italiana, pronunciado por quien se presenta como Francesco Albertino Sinatra Garavato, alias “Frank Sinatra”. 

Si el libro que anima la obra aborda la figura de un artista muy nuestro, el tono que atraviesa el relato es más esencialmente porteño que cualquier otro. Tiene esos ingredientes de humor desacralizante y liviano, aunque también alterna con una nostalgia profunda tan de nuestra cosmovisión. Es que el ADN emocional no sólo de Buenos Aires, sino de nuestro país, escoge siempre su expresión tragicómica. 

En aras del humor, la comedia recorre una serie de valores en fuga que encierran la esencia de una vida que se fue, pero ha dejado estela en muchas concepciones. Por ejemplo, toma como disparador la visita de una mujer que persigue a Gardel, para reflexionar con gracia sobre las convenciones vinculares de los años ’30. Al mismo tiempo, introduce la nostalgia, que se hace expresa en acordes tangueros. 

Unos cuantos dedicados a mujeres. En las letras las hay de aquellas que despluman compadritos, como “Chorra”. Las interesadas, como “Margot”, las que dejan huellas del desamor, en “La cumparsita”. Las que comparten encuentros furtivos, en “A media luz”.  

El desencanto del mundo alza la voz en “Yira yira”. Pero el dolor también se trenza con temas clásicos de la humanidad, como la fugacidad de todas las cosas, en “Mi Buenos Aires querido”—hito de la obra—, “Volver”, “Caminito”. La suerte y su ausencia se dicen en “Por una cabeza” y “Leguisamo solo”. La indagación filosófica de maestría, escrita por Discépolo,convoca aquí las enfermedades del tramado social en “Cambalache”. Las canciones convidan también la alegría burbujeante de las noches, en “Rubias de New York”, que se quedan bien lejos de nuestras penas porteñas. 

“El día que me quieras” es uno de los puntos más altos del espectáculo. 

Lo hilarante, en realidad, es el enlace entre las letras que el público conoce y la traducción absurda a otra tradición y otra lingüística.

Las diferencias idiomáticas son ya, de por sí, siempre un motivo humorístico. Con ello se jugará durante todo el relato. Y es el guion precisamente el primer elemento de excelencia que ofrece la obra. Son Raúl López Rossi y Gustavo Manuel González los responsables del libro que da origen a esta maravilla. 

Hacia el final, Antonella Misenti irrumpe como la novia de Sinatra y muestra no sólo su destreza actoral sino un talento vocal increíble. De más está decir que la categoría de ambos protagonistas (Lajad y Madanes) es fuera de serie. Tanto musical, como en términos actorales.

Dirige la puesta en escena Natalia del Castillo y la música, Nico Posse. 

Varias disciplinas en sus óptimas realizaciones se cruzan: lo actoral, la música, ejecutada por una orquesta en vivo, la danza, la escenografía —que no tiene desperdicio— y el complemento de una iluminación bella y funcional (a cargo de Ariel Gato Ponce). Es que la escenografía móvil (Gonzalo Córdoba Estévez) adopta la dinámica de las canciones. 

Sus cambios son auxiliados por un ballet diverso. Serán Victoria Galoto, Ale Andrian y Juan Mendé Jey algunos de los que deleitan en esta disciplina. Destaca entre estas demostraciones de danza clásica, y de baile ciudadano, una riña callejera interpretada por dos bailarines, que es digna de un espectáculo aparte. Verónica Pecollo es la coreógrafa.

En suma, la producción de Disney se torna una recomendación insoslayable para quien tenga la oportunidad de disfrutar de la calle Corrientes. “Excelente” es poco.