Por Miguel Ángel Rodríguez

Entre los fotógrafos contemporáneos destaca Juan C. Payeras, tanto por la calidad técnica de sus piezas como por el compromiso con la estética que es palpable en toda su extensa producción fotográfica y fílmica. Aquí exploraremos tres series fotográficas: la primera vinculada al mundo de los nautas, en la cual sobresalen personas concentradas, la segunda, donde el fotógrafo se sumerge en un mundo aparentemente abstracto y la tercera, dedicada a la arena, los médanos y probablemente al viento. 

Conocí a Juan Carlos hace unos años cuando asistí a un curso de navegación a vela que dictó en el Club Náutico de Santa Rosa. A lo largo de las clases alternó las enseñanzas con fotográficas y filmaciones que dejaban entrever su interés por otra mirada sobre lo que nos rodea.

A medida que las semanas transcurrían tomé contacto con una serie de imágenes enfocadas en el movimiento del cuerpo humano pero también en la luz y el color. En esas fotografías las personas vuelan sobre el agua, preparan velas y cabos o clavan el remo que impulsa un kayak o una tabla. Por instantes se aprecian rostros con emociones aparentemente ausentes y en algunas tomas hay alegría pero también desconcierto y congoja.

Pronto me di cuenta que Juanca iba mas allá de la composición. El color importa, sí. Y la linea del horizonte convoca: pero la mirada busca algo más. En ocasiones le interesa el ensimismamiento, quiero decir, las personas concentradas. En esos momentos la relación entre el ser humano y los artificios (un velero o un equipo de windsurf, por ejemplo) es tan intensa que la cosa pasa a ser una prolongación del cuerpo y sobreviene entonces la condición enfocada: los cuerpos y los aparatos que construyen escenas indivisibles. La concentración de las personas es tan intensa que difícilmente pueda escindirse al navegante del artilugio deportivo o de esparcimiento. El ojo de Juanca detiene momentos de ausencia, instantes donde la sintonía entre el velero y su timonel, por ejemplo, es tan intensa que el mundo parece haber desconectado los cables que lo unen a la escena.  

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Actividades en el Club Náutico La Pampa

Los navegantes captados por la cámara sugieren la idea del ausente de este mundo. Están idos, se fueron. La concentración, de alguna forma, los desenchufó. 

Esta condición de indivisibilidad entre el navegante concentrado y el dispositivo de navegación me recuerda  conversaciones que mantuve con otros artistas, como por ejemplo los escultores Raúl Fernández Olivi y Gerardo Feldstein, quienes me describieron el grado de introspección que experimentaban en los momentos    de trabajo intenso en sus obras. Y llama la atención que esta indivisibilidad esté captada por el cristal de Juanca. Probablemente sea reflejo de su propio momento indivisible: él, su cámara y lo fotografiado.

Agua y luz

Otra serie de imágenes experimenta con agua, pintura y luz reflejada sobre una superficie refractante. Los colores rojos y amarillos alternan con el verde, el azul y la oscuridad, conjugando imágenes que el artista construyó lúdicamente en un laboratorio doméstico compuesto por una mesa, una cámara Canon T4i montada en un trípode y una linterna para iluminar la escena. Estas fotografías no son abstractas: en ellas encontramos gotas y rastros de agua entremezcladas con tinta y haces de luz. La plasticidad de las configuraciones es notable: la forma y el color adquieren sinuosidades poéticas, y  el espacio concebido sugiere atmósferas tan buscadas por el arte contemporáneo como por el movimiento barroco. 

En estas piezas hay voluptuosidad de gestos e intensiones al igual que estallidos de luz. Son trabajos sensuales: macroscópicos y microscópicos a un mismo tiempo. No hay metáfora ni trascendencia, tampoco pretensión de ella. Tan solo lograr imágenes bellas con todo lo que ello implica: equilibrios y tensiones en una linea discursiva que no es sobria ni empalaga.

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Agua y pintura sobre superficie refractante. Año 2012.

La arena

Otra serie de fotografías se enfoca en la dunas de la costa del océano Atlántico. Juanca las recorrió buscando imágenes. En ocasiones la lente de la cámara captó la inmensidad y lo vasto, lo cual revela intereses compartidos con la pintura metafísica. Las escenas son oníricas y mantienen diálogos intermitentes con elementos que también obsesionaron al movimiento surrealista. Sin embargo, y a pesar de observar la condición ilimitada del paisaje costero poblado de médanos, el fotógrafo se desplazó a lo mínimo retratando pequeñas arrugas simétricas que el viento dibuja en la arena al igual que cavidades misteriosas modeladas por las fuerzas naturales.  El niño interior de Juanca pervive en esas arenas y señala el juego entre lo pequeño y lo inabarcable. La luz recorre cada espacio y va dibujando siluetas y sombras. La luz está en la arena y en todas partes.

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Perteneciente a la muestra: "La sombra del viento", Galería Cheje, Año 2023