Telón pampeano ha tenido el honor de dialogar con el gran poeta Edgar Morisoli. En esta entrevista, nos cuenta en qué trabaja actualmente, además de revelarnos detalles sobre su relación con la escritura, con La Pampa y con la identidad americana.

Después de tantos años de producción es sabido que Morisoli es un verdadero consagrado a  su escritura y dueño de una disciplina difícil de igualar. Jamás descansan sus proyectos y este 2019 no es excepción.

¿En qué trabaja por estos días, Edgar?

Estoy abocado a cuatro proyectos.

El primero es la presentación de mi nuevo libro “Ademán de sol”. Será el 9 de noviembre de este año en el Salón de Jubilados del Barrio Fite, donde hemos hecho otras presentaciones. Participarán en total ocho artistas plásticos que colaboraron conmigo antes y aportarán sus ilustraciones.

El segundo proyecto es la escritura de un Guión escénico coreográfico llamado Pilmaiquén Pùrun, que en ranquel significa “Danza de las golondrinas”.

¿Será puesto en escena? ¿Podría contarnos algo más?

El texto está estructurado en cuatro actos que corresponden a los momentos del viaje que hacen las bandadas de golondrinas desde la Misión de San Juan Capistrano en la Alta California hasta Colonia El Zauzal en 25 de mayo, La Pampa.

Tal vez pueda suscitar una interpretación simbólica. Hacia el final la unión de las golondrinas logra vencer a la sombra, como la América unida quizá venza al opresor, al Imperio.

En este momento estamos en conversaciones con un coreógrafo llamado Pablo Ruggeri y con el músico Raúl Santajuliana.

¿Cuál es el tercer proyecto?

En tercer lugar, este año continuará el ciclo “Voces de la Pampa Interior” y ya está confeccionada la grilla de actividades. Me interesa este ciclo por dos razones. Una, porque lo organiza la APE (Asociación Pampeana de Escritores). Y otra, por lo importante que es, que los pueblos puedan traer su propuesta cultural. Se extenderá desde abril hasta septiembre. Iniciará con el turno de Pichi Huinca.

Cuando Pichi Huinca no existía, era monte cerrado, más allá de Caleufú, andaban los ingenieros del ferrocarril trazando la picada que se abriría entre esos montes. Allí se iba a construir el terraplén, y nacer la estación. En esa época el poeta Vicente Barbieri anduvo en una errancia muy particular, que yo he llamado “La seducción del oeste”. Barbieri es un poeta de formas clásicas, de la generación del ’40, que tuvo gravitación sobre Olga Orozco. Él emprende esa vagabundia. En un diario inédito que se llama El aldabón gris, que me ha llegado por la generosidad de alguna gente que lo conservó, el mismo Barbieri alude a sus andanzas por los “montes de Caleufú”. Son breves fragmentos, pero muy sustanciosos. A eso estoy dedicado también desde hace un tiempo.

Está preparando un libro de Ensayos, ¿ése es el cuarto proyecto? ¿Cuál es el tema?

Se llama “Día a día y sueño a sueño”, cita que surge de un poema mío que está en Quinto cuadrante. Papeles del trovero. Es una serie de reflexiones en torno al humanismo americano, a propósito de la labor de figuras que trabajaron en este sentido. Traigo a la memoria a Mariátegui,  miembro de la Revista y el Movimiento “Amauta”, con su curioso marxismo americano que, en algunos puntos, habría azorado a los revolucionarios de otras latitudes. Un ejemplo de su extravagancia sería haber propuesto desde la perspectiva marxista al mito como categoría de pensamiento.

El ensayo está dedicado a Atilio Germani, quien me ayudó a entender el Movimiento Amauta.

Otra reflexión toma el aporte de Antenor Orrego, que desarrolló el concepto de pueblo/ continente. El grupo Trujillo que se fundó en el Norte del Perú, fue una convivencia única de poetas y pensadores y merecía su estudio.

Se le acopla la flecha de la reforma universitaria en Córdoba, mediante la labor de Ismael Bordavehere. Con él tuve una proximidad privilegiada porque fui alumno suyo en la Universidad Nacional del Litoral.

Por otra parte, rescato dos textos que parten de La Tempestad de Shakespeare y abordan de algún modo el ser americano. Se trata de “Ariel” de José Enrique Rodó y “Calibán”, de Roberto Fernández Retamar.  A temas cercanos se dedican algunos ensayos más.

 

¿Qué poetas calificaría usted de fuentes para su obra?

 Tendría tantos que identificar… Toda la poesía escrita. Hay alusiones al mundo clásico. Voy a elegir un poeta entre todos, solo para dar un nombre: el catamarqueño Luis Franco.

¿Cuánto pesa lo autobiográfico en la construcción de su obra?

 

Yo no tengo mucha imaginación, lo que escribo lo he vivido. Yo o personas muy cercanas.

¿Qué géneros suele leer con más interés?

He leído en forma caótica, onmívora, todo lo que llegaba a mis manos. Soy el típico autodidacta argentino. No tengo ninguna formación orgánica en letras. Soy agrimensor. Con el tiempo fui encontrando un orden y pude ir separando la paja del trigo, marcando preferencias y orientaciones.

 

Si tuviera que definir la literatura pampeana en lo que tiene de esencial, ¿cómo lo haría? ¿Qué la distingue de otras?

Decir La Pampa y pensar que es una sola cosa es un gran error. Hay varias pampas.

En el último libro  “Un Ademán de sol” el poema “Recio castiga al sur” habla de eso.

 

La generosidad del poeta nos regala un adelanto del libro que se presentará en noviembre.

“La Pampa sigue siendo la gran desconocida

del país. Quien nos mira con los ojos del Puerto

sólo ve un vago espacio campesino

o un gran coto de caza. La cultura del lucro

ignora a nuestra gente, con su curtida historia

de adversidad y su esperanza en vela.

Son ellos los que importan, porque el mero paisaje

no es tal sin criatura que lo habite y lo sienta.

Son ellos: esos rostros

donde el paso y las tarjas de la vida nos hablan de es

que desde allá columbran como un llano sin fin,

ya que no saben de nuestros volcanes, de nuestras cavernas,

de nuestras serranías,

las que en El Peralito trepan a mil trescientos metros s

o las simas profundas de Callaqueo y Las Coloradas

Recio castiga al Sur, aliento transoceánico,

viento hechor en la cauda austral de Suramérica,

y aquellos que conservan indeleble el alma

el monograma del Kerruf Mapú,

por él se reconocen al mirarse a los ojos.

Recio castiga al Sur...”

Usted tiene un compromiso social y político con su realidad.  ¿Siente que eso es parte de la vocación poética? ¿Cómo concibe el papel social del poeta?

La poesía nos redime. El poeta, si es auténtico, fidedigno, en algunos momentos siente que su palabra ha sido digna de la bienaventuranza de la poesía. La poesía cumple un papel social.

¿Es un vehículo ideológico el arte para usted?

Prefiero la palabra ideario a la palabra ideología, que ha sido injusta e intencionadamente devaluada por quienes ven un peligro para sus intereses. Porque una ideología supone una continuidad de conducta.

Pero la palabra ideario subsume o presupone una tabla de valores.

 

Cortázar decía que sus textos ya estaban escritos de antemano y él solamente los ponía sobre papel, los canalizaba. Borges, que un tema lo venía cercando hasta que por fin se rendía y aquello lo tomaba por rehén y escriba. Bioy Casares, en cambio, pensaba la perspectiva, el tono, el lenguaje y toda serie de detalles con que narraría, antes de inscribir una palabra. ¿Cómo vive usted el asunto de la inspiración y la creación?

Yo creo que la pulsión poética y estética en general es inherente al alma humana y es lo que nos salva. Precisamente ese tema de la redención por la pulsión creadora es el tema que voy a abordar en las palabras introductorias a la presentación de mi próximo libro.

Permítame leerle el epígrafe que abre “Ademán de sol”. Es un poema llamado  “Pastor de los silencios.”

“La esperanza hay que chairearla

de cuando en cuando

por si hay que afrontar las penas

salga cortando”

Algunos poetas valoran la primera versión de sus textos como la genuina, como la inspirada. Otros estudian y trabajan con rigor la corrección y dedican incluso más esfuerzos al pulido que al acto de escribir. ¿Cuál es su caso?

La corrección es correlativa.

A veces, como parte de ese proceso de corrección, en medio de un poema, me gusta tirar un ancla, en relación con lo cotidiano...

Usted ha contado que tuvo un encuentro con Borges en una ocasión en que él vino a La Pampa. ¿Qué recuerda de ese intercambio?

Él escuchó un coro en el que interpretaban poemas míos. Luego de la presentación, conversamos y me dijo “Saladino” me parece un poco rebuscado para decir Salado. Yo le respondí que saladino es el nacido a orillas del Salado. No el río sino los pobladores de sus riberas.  Y le sugerí que transitara la lectura de un libro sobre el habla rural de San Luis.

Después me preguntó cuál de sus libros me había gustado más. “Para las seis cuerdas, le dije sin vacilar. Borges me confesó que muy poca gente le hablaba de ese libro. Es un texto de milongas que fue musicalizado por artistas de prestigio y las canciones fueron interpretadas por Edmundo Rivero. Allí Borges habla de “Parroquias” en lugar de barrios. (Recita)

“Sobre la huerta y el patio

Las torres de Balvanera

Y aquella muerte casual

En una esquina cualquiera.”

Se trata de “Milonga de Jacinto Chiclana”.

¿Cree en Dios?

Soy ateo. No creo en Dios, creo en los dioses. En mis andanzas por América he aprendido a respetar muchísimo los sincretismos religiosos populares. En México me asomé al sincretismo indo-americano católico. En Cuba, al afro-americano católico, y tengo un profundo respeto, los veo muy ricos, muy germinales. Yo había leído mucho a Miguel Barnet, quien tuvo la felicidad de conocer un yuyero en La Habana, que había sido cimarrón, había escapado de las plantaciones. Tenía un gran conocimiento de gentes y de lugares...

¿Cómo percibe la construcción de su poesía?

Escribo cuando ya esa pulsión no se pude soportar. A cualquier hora y en cualquier parte.

 

¿Se encontró a lo largo de su vida con algún momento de esterilidad creativa?

 

Mi vida y la de Margarita están marcadas por el nombre de tres tenientes generales: Poggi, Onganía y Videla. Poggi depuso a Frondizi y lo encarceló en isla Martin García. Yo fui preso en ese momento. A partir de allí, se me confeccionó una ficha, y con cada golpe yo quedaba cesante, junto a Margarita. Eso significaba que yo era mala palabra y tenía que salir a trabajar en cualquier parte y de cualquier cosa.

Mi mayor reproche es no haber podido asistir completamente a la crianza de mis hijos, Juan Pablo y Moira.

Estos hechos están vinculados a un poema de Margarita que se llama “El día que Dios murió”.

“Un día uno despierta

y conoce en el viento

en amargas señales

que está muriendo dios

que Dios ha muerto…”

Se refiere al momento en que me llevaron en Toay. Para Margarita comenzó una crisis de fe en ese momento...

Usted ha contado que en su jardín floreció una planta fuera de época. Fue en los primeros tiempos después de la partida de Margarita. ¿Cómo interpretó eso?

Sí era un tupe, un ajo macho. Lo leí como un desafío. Como una invitación a no rendirme y seguir escribiendo poesía.

Morisoli recogió el guante y aceptó entonces el desafío del tupe. De eso, hace tiempo y hoy, como siempre, sigue cantando y con más entusiasmo que nunca.