Matías Sapegno venía ejerciendo como periodista y escritor, hasta que decidió sumar una nueva veta artística a su vida: la pintura.

Se lanzó con avidez a explorar nuevos territorios, experimentar colores y materiales. Y en esta búsqueda, surgió el deseo de trabajar con un original soporte: puertas usadas que ya traen un recorrido y cuentan su propia historia. Puertas que se resignifican al internarse en su taller.

Se trata de un elemento con una fuerte carga simbólica, especialmente en este último tiempo, en el que no implicaron –como era habitual- pasar de un lugar a otro, sino que representaron una frontera, un límite, un territorio de tensión entre el adentro y el afuera.

En el marco de su primera exposición realizada en el hall del Aula Magna de la UNLPam en ocasión del Festival Magna Jazz, conversamos con el polifacético artista acerca de su pintura, su formación, su modo de trabajo y su singular lenguaje plástico caracterizado por el uso de capas y tramas.

puerta2.jpg

- ¿Cómo surgió la idea de usar puertas como soporte?

Mientras estaba en un estado de semi vigilia, en esa zona entre el sueño y estar totalmente despierto, se me apareció la imagen de la esquina de una puerta vieja y dije “ahí está, qué lindo sería pintar ahí”. Y me puse a buscar puertas viejas, quemadas por el sol y gastadas por la lluvia. Recorrí varias de las chacaritas que quedan en Santa Rosa. En alguna medio que les daba vergüenza vendérmelas, porque claramente no podían usarse como puertas en una casa, les faltaban partes o estaban fuera de escuadra, pero para mí eran un tesoro. Porque todo ese desgaste, quizá de décadas, ya cuenta una historia. A algunas se les notaba el roce de miles de manos sobre el picaporte, otra tenía abajo los rasguños de una mascota, otra tiene un agujero acerca del cual imaginé que podía ser un balazo. Sobre esa carga de tiempo que ya traían, les empecé a meter capa sobre capa de cemento, pintura, fierros, papel, brea y una raíz.

- ¿Tienen alguna simbología en particular para vos?

En el texto que mandé para el folleto de la muestra que se hizo en el Magna Jazz menciono que le conté la idea a mi amiga Cecilia Hecker, que hace joyería contemporánea, en la que ha usado restos de embarcaciones hundidas. A ella la conmovió la vida de esas maderas que arrancan con una semilla que está en lo oscuro de la tierra, que son árbol y luego alguien la corta y la pinta mientras piensa en el momento de la navegación. Con el tiempo, eso se pudrirá. Digamos que es otra forma de contar el proceso de la vida.

- ¿Cómo fue recibida la primera muestra y que significó exponer en un contexto tan emblemático como el Magna Jazz?

Creo que fue bien recibida, con muchos comentarios de elogio. Los otros por piedad quizás no te los dicen. Algunas personas me decían “no te tenía en esto” y creo que tiene que ver con esa rara necesidad que solemos tener de encasillar. Supuestamente debería quedarme en mi rol de periodista, o de escritor, que no me lo creo, sino hay quienes pueden pensar que estoy usurpando un lugar. Lo lamento, yo lo siento como otra vía de expresarme. Exponer en el Magna fue un comienzo hermoso que agradezco al productor Juan Manuel Schulz, que siempre confió en este camino que estoy haciendo.

- ¿Cómo sigue tu recorrido artístico?

Pintando más puertas, porque es infinito. Me entusiasma el proceso de salir a buscarlas por los barrios, conocer a esos vendedores y después, con la puerta en casa, mirarla y ver qué quiere contar.

- ¿Tu formación es autodidacta?

Cuando tenía unos 16 años, el realizador audiovisual Juan Carlos Gerardo me dijo “¿Te gusta esto de los medios, la televisión, el cine? Bueno, mirá pintura así se te va formando el ojo plástico”. Y le hice caso y desde entonces voy a muestras, leo, miro mucho. Una vez tomé un curso-taller con mi hermana Natalia Sapegno, donde volví a descubrir lo divertido que era dibujar y pintar, algo que había abandonado a esa edad en la que dejás las cosas que parecen inútiles. Después me enteré que Gustavo Gaggero daba talleres personalizados y me mandé de cabeza. En unos cuatro meses Gustavo me mostró una cantidad de técnicas como inicios de caminos para seguir y experimentar toda la vida. Respecto de la actitud a tener sobre el bastidor, me dijo algo que no me olvido: “No peques de cobarde”. También me he nutrido de numerosas charlas con Marta Arangoa y Viviana Cavalié, dos artistas cuya obra admiro. Y por una cuestión familiar, convivo desde hace años con cuadros de Eduardo Di Nardo, un gran pintor. Los veo todos los días, y creo que eso también me va formando.

porte.jpg