Por Gisela Colombo

La serie que ha generado una fascinación popular, desde la plataforma de streaming que supo producirla y ofrecerla, es la historia de un artista de stand up llamado Richard Gaad, que no sólo la guionó, sino que es su actor principal y también el protagonista que ha vivido esas peripecias en la vida real. En efecto, la tira fue inspirada en hechos reales y apenas se vulneraron algunos sucesos, por cuestiones de riesgo legal.

La historia narra la irrupción de una mujer de mediana edad que conoce a Donny Dunn, un bar tender joven que sueña con ser un comediante famoso, mientras sobrevive desarrollando otra actividad. Estando detrás de la barra de una especie de bar/pub británico, presencia el ingreso de la mujer en cuestión, que pronto se quiebra. La empatía lo lleva a ofrecerle un té, por cortesía y comienza así una charla que no se agotará, a pesar de su resistencia, hasta que la ley intervenga. Y aún luego de eso, continuará. Es que Martha Scott (interpretada excelentemente por la actriz Jessica Gunning) se revelará pronto como la acosadora serial que reúne varios antecedentes de esta conducta en su prontuario.

Sin embargo, Donny, que comienza a incomodarse a partir de las insinuaciones que ella le hace, dejando entrever sus expectativas románticas con él, intenta una y mil formas de desalentarlas hasta que comprende que nada de lo que pueda decirle cambiará la adicción que tiene esta mujer con él, a pesar de la diferencia de edad, de sus respuestas y de las señales que cualquier mujer leería. Pero, contrariamente a lo deseado por el protagonista, lo que sucede es que, inexorablemente la obsesión de Martha no hace más que crecer. Hasta aquí el tono es tragicómico.

Al llegar a este punto, habría habido un relato moderno tal cual se inscribe en nuestra tradición contemporánea signada por un discurso audiovisual de popularidad. Pero lo cierto es que esta producción no responde a esos estándares. Y quizá lo que más escapa de este formato es lo más llamativo para el público habituado a la convención.

El efecto, que suele ser la reacción o el movimiento interior del lector o del espectador frente a una producción, debe ser omnipresente durante el recorrido.

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Quienes hablan de la necesidad de un único efecto, provocado en el espectador, habrían sentido desprolijo el desarrollo.

El motivo de este desvío de las técnicas narrativas es, seguramente, la fidelidad a los hechos biográficos y su valor psicoanalítico en la biografía del autor, actor y protagonista real.

Aclaremos la afirmación: Lo que rompe esa unidad está dado por un capítulo que es, aparentemente desplazado en importancia por el acoso de Martha y, en cambio representa un drama independiente, mucho más serio, de una fuerza que impresiona y hasta, por momentos, impide seguir mirando. Si con cierta abnegación continuamos la proyección, el efecto no es otro que una sordidez que fatalmente hace raíz en el espectador. La historia medular e impactante ocurre en el episodio cuarto y genera un antes y después, tanto en la vida del autor cuanto en el relato de esta historia.

Si el acoso de una mujer peligrosa (Martha) somete a riesgos inevitables a Donny, el verdadero peligro lo encarna Darrien O'Connor, un director de cine y guionista escocés, que conoce el protagonista en un viaje. Mediante un racconto se narra la intervención de este guionista en su vida. Es él quien pone en jaque la salud y supervivencia de Donny. Y lo hace atrayéndolo a su lado con la excusa de auxiliarlo en la producción de los libretos para sus espectáculos. El resultado es muy diferente. Pronto ambos compartirán horas y días dentro del departamento del director, quien tienta al joven a aventurarse al consumo indiscriminado de drogas de creciente peligrosidad, cuyos efectos, según afirma O’Connor (interpretado por Tom Goodman-Hill), redundarán en mayor creatividad en el ejercicio creativo. Detrás de ello sólo es posible observar una estrategia espuria por la que lleva hacia la vulnerabilidad a su “protegido”, para luego aprovecharse de ella de un modo inmoral.

Tal vez lo mejor hubiera sido contar la historia de Martha, por un lado, y desde el formato de la comedia; y la del director, por el otro, como un film dramático o de terror. Pero por alguna razón que podrá explicar un psiquiatra o un analista, Robert Gaad necesitó la experiencia de acoso que propone la mujer para comprender los efectos de un daño anterior y profundo.

Y así lo refleja su serie en la que finalmente pierde fuerza el efecto Martha y deja en el espectador una sensación de alarma frente a la maldad, la corrupción y la enfermedad mental de la humanidad contemporánea.

Esta digresión narrativa no logra quitar interés a la tira que, de todos modos, recomendamos por impactante y generadora de varios debates que la sociedad requiere por estos días.