Por Gisela Colombo

Un deseo irlandés” es una película estrenada recientemente en una plataforma famosa, cuya cara visible es la célebre Lindsay Lohan, quien no sólo la protagoniza. También participa de la producción, que está a cargo de Janeen y Michael Damian. Janeen es la responsable de la dirección.

Se trata de una comedia romántica cliché, fórmula pura de la típica comedia romántica estadounidense, que se complace en mostrar todo el glamour de la tradición inglesa, y de su nobleza, que hinca las raíces en la opulencia de siglos ha.

Esa elegancia y distinción no parece salvar el producto. La ficción tiene una buena fotografía y los paisajes más imponentes de Irlanda. Los interiores, de un lujo británico, completan el espectáculo visual. Aun así, como es habitual, ni el casting ni los escenarios en que se rodó, redimen la falta de ideas, el deus ex machina de Santa Brígida y un guión débil pensado para un público, más que popular, poco exigente en términos intelectuales.

Con todo, si la gracia de los intérpretes hubiera traccionado, quizá el film habría logrado la calificación de “aceptable”. Pero, en este caso, tampoco ellos pueden levantar el producto, que resulta regular.

Maddie Kelly (Lindsay Lohan) es editora de un autor al que prácticamente le re-escribe las obras. Esa intervención textual intensa es la que determina el éxito de Paul Kennedy (Alexander Vlahos). En los primeros tramos de la obra, vemos a Maddie enamorada de Paul. Pero más pronto que tarde, el galán escoge a su amiga Heather como pareja, musa y prometida.

Es con el propósito de participar de la boda en Irlanda el viaje que emprenden la novia (Alesha Curry), Maddie y Emma, otra amiga y dama de honor. Ya en suelo irlandés, un hecho mágico canalizado por medio de las tradicionales piedras mágicas de tierra británica, hace aparecer a una mujer de aspecto contemporáneo que representa a la Santa patrona de Irlanda, Santa Brígida, quien será la responsable de cumplir el deseo de Maddie.

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La protagonista ruega suplantar a la novia y casarse ella con su amado Paul. Luego, despierta a una realidad totalmente acorde con su pedido. Pero el guiño de la Santa no es otra cosa que hacerle vivir la perspectiva de lo pedido para que conozca, ella misma, la inconveniencia de tal cambio.

Inmediatamente después, irrumpe en escena un hombre, con el que coincide Maddie en el transporte desde el aeropuerto. Se trata de James Thomas (Ed Speleers), el fotógrafo contratado para la boda, con el que parte para hacer una sesión de fotografía, pero ahora en la condición de novia. Así se encaminan James y Maddie a un paisaje, con fondo de peñasco, que muere en el mar.

En la travesía, a la que renuncia el mismo novio, novia y fotógrafo se enamoran. Por otra parte, Paul, el novio, no evita el contacto romántico con Heather, mejor amiga de Maddie.

Lo que sigue no hace falta contarlo. Es tan previsible que huelga el relato.

Pero aquello que no eludiremos es la opinión de que, amén de la curiosidad por la actriz que protagoniza y su estado de recuperación de una serie de pruebas escandalosas, el film no tiene valor. Decepciona, apenas consigue algún momento de sonrisa tibia, pero naufraga definitivamente.