Insiders es una serie de televisión de origen español. Se trata de un reality al estilo de “Gran Hermano”, estrenado en el reciente octubre de 2021 en la plataforma más popular de streaming.
Por Gisela Colombo
Como conviene a un producto de este género, el juego se ordena a hacer foco en los vínculos entre participantes escogidos con un criterio un poco enigmático. Pero no será preocupación de los concursantes en la medida en que cada uno se ocupa de su propia actitud que le granjeará o no el ingreso. Es que ninguno de ellos ̶ al menos eso parece̶ sabe que ha comenzado el experimento y él mismo está participando. Eso implica que desde el primer día de casting está siendo observado y seguido por las cámaras. Este hecho por supuesto supone la venia de cada miembro para que la producción pueda proyectarlo, lo cual resulta un poco dudoso.
En un principio se les advierte a los entrevistados que en algunos salones hay micrófonos y cámaras, pero existen espacios comunes dentro de la casa que son “puntos ciegos”. La reacción de los participantes a esta revelación es bastante previsible: los comentarios más jugosos, las estrategias riesgosas, las alianzas secretas se manifiestan en esos sitios que, en teoría, no permiten registro. Sin embargo, todo esto se monta en una mentira y el espectador puede verlo todo.
Por otra parte, una especie de app estadística psicológica va midiendo las acciones y reacciones de cada participante. Cada tanto los llamará la organización para mostrarles cómo va su desempeño y qué tantas chances tiene cada uno de ser aceptado en el reality que, obviamente, ya está en plena ejecución.
Esas reuniones son las más potentes porque es allí donde se evidencia como nunca antes las múltiples denuncias que se han hecho contra productos de este género: la manipulación maliciosa, psicológicamente dañina quién sabe a qué niveles en el largo plazo.
Todo aquello que ocurría en los entretelones de este tipo de programa televisivo, aquí se explicita con una crueldad que, de no ser muy poco creíbles los siete episodios que componen la serie, indignaría.
Los supuestos directores del juego van exigiéndoles un compromiso mayor a los concursantes, que por supuesto no atañe a crear la vacuna contra el virus del Covid en su cepa ómicron, ni a idear las herramientas que salven al planeta del calentamiento global o la victoria sobre el cáncer. Lo que lisa y llanamente se les pide es desplegar la capacidad de escándalo que cada uno ofreció en el principio del casting.
Se los califica de “buenos” o “malos” aspirantes con un sistema completamente falaz. Los conflictos que se generan por consecuencia son forzados y poco creíbles.
Los organizadores ponen un arma en mano de cada participante para que liquiden a unos tiernos conejitos blancos. Algunos disparan, otros se horrorizan por el pedido. Manipulaciones por el estilo abundan y aun así el programa fracasa en el intento de mantener la atención. Increíble.
El resultado son siete episodios para el olvido. Una actriz de moda hace las veces de presentadora siniestra y fuera de ella y su misterio nada nos hace temer. Más que eso despierta en nosotros una especie de vergüenza ajena que alterna en ocasiones con franco aburrimiento.
Algunos críticos y mucho público han reaccionado con una desconfianza frente a la veracidad del programa. Creyeron, desde principio a fin, que se trató de una especie de ficción protagonizada por actores desconocidos, pero actores al fin.
No obstante, si así lo fuera, se trataría de una ficción inefectiva, llena de clichés ideológicos, de banalizaciones de las problemáticas sociales contemporáneas, y toda clase de plañideras muy poco conmovedoras. En suma, no logra ser un producto de agudeza analítica, un fenómeno cultural ni nada similar. Pero tampoco invita a verlo para pasar el rato. Tal vez sí una excelente oportunidad para decretar la simple expresión: “Paso”.