* Por Gisela Colombo

Si los últimos acontecimientos en Ucrania pusieron una vez más la guerra sobre el tapete, es justo decir la verdad. Las artes trabajaron permanentemente  en la conservación de esos recuerdos que funcionan como anticuerpos contra horrores semejantes. En esa misma línea aparece “Una sombra en mi ojo”, un film danés que narra, desde la perspectiva de tres niños un episodio ocurrido el 21 de marzo de 1945. Se trata, naturalmente, de hechos reales.

Pilotos ingleses, en una operación de la  aeronáutica Real de Inglaterra, habían emprendido una serie de bombardeos sobre la ciudad de Copenaghen, que era un bastión nazi desde su invasión en abril de 1940.  Los daneses se dejarían doblegar casi sin violencia en un intento de pagar la menor cantidad de costos humanos posibles por una guerra que no les pertenecía. Eran uno más de los puntos estratégicos para el avance del imperialismo alemán. 

No obstante, el film se enfoca en lo pequeño, en los detalles, en la psicología de los personajes y en una miseria no del todo rimbombante experimentada por gente común y en muchos casos recién emergidos de la infancia.

En las primeras escenas vemos a un niño yendo a buscar huevos en un ambiente rural. Mientras avanza con su bicicleta es testigo involuntario de un hecho que lisa y llanamente lo deja sin habla. Ve cómo bombardean desde el aire un auto en el que va el chofer y cuatro mujeres impecablemente vestidas para una boda. 

Las bombas y la lluvia de municiones dejan el vehículo y a sus cuerpos jóvenes agujereados como si fueran un tamiz harinero. 

El niño no vuelve a hablar a partir de entonces. Mientras tanto, dos nenas que asisten en Copenaghen a una escuela católica de lo más tradicionas traban relación con una novicia que tiene sus propias ideas respecto a la justicia divina y la posibilidad de que Dios permita el mal con mayúsculas que es la guerra. Ella, a su vez transita una crisis religiosa que la lleva a pensar que el Creador permanecerá indolente excepto que ella lo sacuda con alguna falta grave y lo obligue a reaccionar. De tal modo, por medio del castigo sabrá la joven que efectivamente no está la humanidad a la deriva. Existirá así un Dios que puede ausentarse muchas veces, pero allí está observando a sus criaturas y, quizá, también protegiéndolas. 

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A medida que avanza la obra vamos viendo la resignación de la gente joven que lleva adelante las familias. Gracias a ellos, el niño enmudecido acaba viviendo con una pariente y su familia y comienza a asistir al mismo colegio que las dos niñas. 

En este contexto de horror, los niños, en su propia tragedia de fantasía, se detienen todas las mañanas a comprar un bocadillo en una panadería donde una mujer de aspecto temible les vende. No obstante, el mismísimo Jesucristo bendice el alimento desde su postura impertérrita del altar. 

Pero los hechos verdaderamente impactantes son los que provoca un error de cálculo de los pilotos ingleses que, creyendo que bombardeaban un búnker alemán, dejan caer sus bombas sobre el colegio de los niños, en los que mueren muchos menores y algunas religiosas. El resto del relato se enfoca en el hallazgo de los cuerpos o de aquellos casos que el azar mantuvo vivos. 

Es cuando vemos la luz de esperanza, porque es el momento en que la novicia oye la intervención de Dios mientras muere entre los escombros y el niño enmudecido encuentra su utilidad y su posibilidad de darle sentido a la existencia operando como un comunicador de los datos de niñas y niños afectados por el siniestro. Así lo vemos recuperando el habla mientras pronuncia mensajes que, como la película, sí podrían cambiar algo.

Excelente film, definitivamente.