Un documental argentino producido por Sebastián Gamba y dirigido por Matías Gueilburt.
* Por Gisela Colombo
Se trata de una producción cuyo tema convocaría interés de cualquier modo. No obstante, en este caso, tan taquillero es el punto de partida –el robo al Banco Río de Acassuso en 2006, al que la prensa llamó “el robo del siglo”– como la realización inmejorable del equipo creativo.
Diríase que este relato es, como el robo mismo, una obra de “Artista”. Es que el ideólogo del delito, Fernando Araujo, ha sido un artista y en ese registro también mostrará Gueilburt su talento. Es que, contrariamente a lo que se espera de un ladrón, al jefe de la banda no lo movió la fortuna a la que aspiraba sino el crédito a su inteligencia heterodoxa, su pensamiento lúcido y obsesivo y su enorme capacidad de gestar un proyecto hiper-ambicioso.
De acuerdo con su propio testimonio, Araujo deja la sensación de que si no hubiera descubierto que la estrategia engañosa de entrada y salida no había sido nunca antes ejecutada, jamás se habría embarcado en ella. Si el sujeto se define como “artista”, su perfil sólo cuadra con aquello. La búsqueda de trascendencia es, por antonomasia, el objetivo de un artista. En este caso, trascender por medio de la creatividad e inteligencia es lo que motiva todos los esfuerzos. Con una paciencia sin tiempo, también propia de quienes no persiguen las urgencias de los fines económicos, va armando la trama de un telar perfecto. O tal vez, casi perfecto.
Un cuentista se habría deleitado pensando los detalles puntuales mientras renegaría con los editores para ser publicado. Un cineasta habría puesto su máquina en funcionamiento sólo después de hallar quien financiara esa fantasía estimulante para los intelectos más inquietos. Pero nada les habría granjeado la fama y el respeto –aunque parezca increíble– que la mayoría de la gente sintió al conocer la genialidad y originalidad de esta empresa.
Pero si algo también se le reconoció a Araujo fue el “casting” que hizo para llevar a cabo su locura. Sebastián García Bolster era un antiguo conocido del colegio, que había estudiado ingeniería un tiempo y tenía un taller en que reparaba motos que acabó por ser un servicio técnico exclusivo para motos de agua. Él fue tentado por el “artista” y, a pesar de no haber participado nunca antes de actividad delictiva, se embarcó en su plan. Inicialmente, lo hizo como técnico y fue generando respuestas prácticas. Entre ellas, la construcción del Canyon Power y la herramienta especialmente fabricada para abrir las cajas fuertes con mayor velocidad.
“El ingeniero” mismo reconoce en su entrevista ante las cámaras que no pensó nunca su actividad en la banda más que como un “trabajo”, como los legales que le habían dado de comer hasta entonces.
Mario Vitette Sellanes, al que bautizarían “el hampón” era un ex presidiario con conocimientos dispersos y un hábito delictivo que le daba la experiencia ideal para comandar los detalles de un atraco semejante. Rubén Beto de la Torre era otro delincuente experimentado, que recibió el apelativo de “Doctor”, por cómo iba vestido el día del asalto: delantal blanco y estetoscopio.
Los cuatro condenados por el robo serán los encargados de contar, en primera persona, la faena que asombró a la sociedad por el profesionalismo, el ingenio, la capacidad de prever cada detalle, la pericia técnica y, sobretodo, el desapego emocional con que proyectaron cada acción, que provocó que una vez cumplido el objetivo, cada cual se fuera por su lado y no tuviera más contacto con los demás.
La labor del director resulta extraordinaria, porque convierte a cada persona en un personaje por medio del uso de los recursos dramáticos, especialmente de la escenografía en que ubica a cada uno de los personajes. Y si algo contribuye especialmente a la efectividad del relato es la pericia puesta en la música. Todos los detalles artísticos exceden los habituales en un documental y le dan un encanto especial al robo más rutilante de las últimas décadas.
Entretenimiento de alto nivel. Enormemente recomendable.