“Las cosas por limpiar” es una serie de Netflix basada en el libro autobiográfico de Stephanie Land, una mujer que con apenas veinticinco años, debió lidiar con una situación de violencia tan compleja que su relato puede llegar a ser emblema para la lucha femenina contra los abusos de los hombres y de la sociedad perpetrados durante milenios.

*Por Gisela Colombo

Alex (Margarte Qualley) amanece antes de que la noche haya terminado, y con lo puesto toma a su pequeña hijita llamada Maddy de la cama, la cubre con una manta y corre hacia el auto. Lo hace sabiendo que el ruido será una licencia postrera que se dará al arrancar. Ni un segundo antes. Es que en esa escena inicial Alex está huyendo de un esposo con problemas de alcoholismo. El sujeto, interpretado por Nick Robinson, viene haciendo una escalada en los exabruptos que se permite contra su mujer. Y la escalada se acelera cada día más. Luego veremos algunos raccontos en que se manifiesta el temor de Alex frente a una violencia que todavía no llega a los golpes, pero que castiga objetos a centímetros de ella. ¿Qué la lleva a reaccionar? Más tarde descubriremos que su partida no proviene de una idea clara que anude la rotura de objetos y los eventuales golpes a ella o a la niña. Sin embargo, alcanza la intuición o el horror frente a una situación de crisis, para que Alex tome la decisión.

Hasta aquí podría ser un relato doloroso. Mientras tanto, la pantalla nos va documentando los gastos que va haciendo y cómo descienden los recursos escasos que posee. Pero los decibeles empáticos crecen cuando nos damos cuenta de que la protagonista no tiene a quién recurrir. La única persona a la que puede acercarse es del grupo de amigos de su esposo. Por ello, en una huida desesperada pasa la noche en parte manejando, en parte parada a la vera de una carretera, dentro del auto, con su hijita. Si Alex ni lo duda y arranca en una noche oscura su fuga, la urgencia comienza a cobrarle su precio. La mujer, dedicada completamente a la crianza de la niña, no tiene trabajo, vivienda ni familiares o amigos que puedan protegerla. Uno de los clímax más desesperantes ocurre cuando acude a su madre, que interpreta Andie MacDowell, una mujer disipada y bien sumergida en trastornos psiquiátricos severos. A ella tendrá que confiarle su hija con el objeto de cruzar a una isla para limpiar una casa. Este episodio y los que sigan habrán de dar explicación al título de la serie en inglés: “Maid”.

El desamparo es tan grande que incluso contratada por una agencia de empleadas domésticas ella misma debe gastar los pocos dólares que le quedan en comprar los productos de limpieza necesarios. Una vez que tiene trabajo recién puede aspirar a alguna protección estatal. En la oficina que obra como el mecanismo oficial en defensa de las mujeres víctimas de abusos de género, no se salva de mentir golpes que no ha recibido porque ése es el único modo de entrar en un programa de refugio y protección. Allí conoce otras mujeres en la misma situación, que salen del programa y regresan en poco tiempo habiendo sido objetos de nuevos golpes. Tampoco tardará mucho en conocer la burocracia judicial. Alex sufre más que ninguna de sus penurias el hecho de que su ex esposo, asistido por profesionales, logra quitarle la tenencia de la niña.

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El derrotero de contrasentidos que van cruzándosele continúa de tal suerte que no diremos más para no cometer una anticipación del final.

Pero sí es importante decir que algunos fenómenos sociales son exhibidos indirectamente por medio de esta historia particular edificada a partir de hechos reales:

Por un lado, la violencia como emergente de conflictos con diversas sustancias, alcohol, etc. que derivan en adicciones y motivan los actos de violencia.

Por el otro, un sistema con muchos agujeros insalvables para quien está en ese estado de vulnerabilidad. Ejemplo de ello es la normativa por la cual no puede optar por un programa de protección alguien que no tiene trabajo y tampoco puede conseguir empleo alguien sin paradero fijo.

Pero también la fragilidad de quienes están en la posición opuesta. En este caso, el papá de la niña, que no parece ser animado por sentimientos destructivos hacia Alex o Maddy, sino hacia sí mismo por medio de hábitos que no logra cambiar. La mujer rica que la emplea, va descubriendo su faz vulnerable que mueve a piedad. Éste es también otro ejemplos de quienes a simple vista no parecen víctimas de la sociedad, pero también lo son.

Los diez capítulos de cincuenta y cinco minutos aproximadamente son una prueba de fuego para quien desea comprender en qué consiste la vida de una mujer que sufre violencia económica, psicológica e institucional, de carácter innegable, sin haber recibido un solo golpe.