Por Gisela Colombo
Que la literatura y el cine han funcionado muchas veces premonitoriamente, como si se tratara de profetas de un tiempo disruptivo y distópico, no es novedad, a esta altura.
Que Black Mirror, la serie inglesa de unitarios que narran historias pesimistas respecto a lo que el futuro nos depara, también es cuestión probada.
Pero en este caso, su puesta en escena pone en consideración los impactos de nuevos sistemas en el estilo de vida del hombre contemporáneo.
“Nosedive” (literalmente” zambullida/caída de nariz”) es uno de los episodios de la segunda temporada de Black Mirror. Basada en una historia de Charlie Brooker, creador de la serie, cuyo guion fue adaptado a la televisión por Rashida Jones fue dirigida por Joe Wright y estrenada el 21 de octubre de 2016 en Netflix.
Con una estética “Pin up”, el relato anticipa un mundo del que no parece que el futuro vaya a guardar la distancia conveniente.
El cuento
Una mujer soltera, de unos treinta años, que convive con su hermano, desea mudarse a un sitio mejor. Pero el sistema parece haber prescindido del dinero. Como moneda de cambio aparece un escalafón cuantificable en números del 0 al 5, como se miden las estrellas de un hotel o los tenedores de un restorán. Ese puntaje depende del crédito social, del prestigio. Aunque no un prestigio montado en actitudes altruistas, en la abnegación, la caridad, en la solidaridad o la simple empatía. No en el heroísmo ni en la excelencia laboral. Nada de eso. El puntaje deriva de una especie de renombre social ligado a la visibilidad, a los consumos, a grupos de pertenencia caracterizados por las apariencias y cierta vacuidad al estilo de la modernidad líquida de Baumann.
Incluso la inmediatez es uno de elementos que intensifica la distopía, porque el más mínimo exabrupto deriva en una cadena de eventos que diezman el “valor” de una persona. Eso significa que el afectado va perdiendo la posibilidad de consumir determinados productos, debe dar por anulada la ilusión de vivir en un vecindario de nivel, de acceder a eventos sociales de gente bien puntuada, etc.
En este caso, hasta el mundo laboral suma, pero también es determinado por el puntaje que se posee. Nuestra protagonista desea mudarse a una casa mejor, pero para ello requiere unas centésimas más de su calificación. Con ese objeto, se enrola en la aventura de congeniar con una antigua amiga de infancia que ha logrado un puntaje privilegiado y está por casarse con alguien incluso mejor puntuado.
Lacie logra, por medio de las redes sociales, ubicar y ponerse en contacto con la afortunada y, mediante un objeto de la infancia, llama su atención. La chica acaba por invitarla a su boda y le concede algo así como un reconocimiento de amiga especial, por lo que Lacie se encamina hacia el Estado en que se celebra el casamiento y redacta un discurso que leerá en la ceremonia.
Pero sucede que un hecho inesperado baja su puntaje y le impide abordar el vuelo en el que se trasladaría. Desesperada, emprende camino alquilando un auto, y ve bajar su calificación en cada interacción mientras va enfureciéndose y perdiendo la calma forzada en la que viven todos para cuadrar con los códigos sociales y recibir la calificación deseada. La cultura de la cancelación es el mayor infierno que abruma y censura a la gente e inhibe toda expresión genuina de sentimientos.
Ordenadores sociales
Desde el principio de la historia humana algunos agentes —que en ciertos casos han sido instituciones— tuvieron la responsabilidad del ordenamiento social. Incluso, preventivamente, la ley funciona como una sistematización de sus funciones.
A la luz de esta ficción, irrumpe el escalafón social como un ordenador para la sociedad. Lo cual no es, en sí mismo, algo negativo. Pero la escala de valores, en cambio, horroriza. La liviandad con que se mide el valor de cada individuo es aterradora. Allí radica la condición de distópico del episodio de Black Mirror.
Podría leerse este escalafón incluso como un intento de establecer una justicia, aunque a partir de patrones discutibles.
Aquí parecen estar en los primeros sitios de la escala de valores: la capacidad de relacionarse amigablemente, la sumisión a los códigos de supervivencia social, la alegre aceptación de ser un engranaje reemplazable de la cadena, etc. Según los códigos de la realidad textual, prevalecería quien lograra mostrarse cual “producto agradable”, rodeado de un entorno igualmente agradable, y con capacidad probada para adquirir objetos agradables también. Una estética “pin up” que propone belleza sin claroscuros. ¿Son esos los valores que nos identifican?
Si el escalafón es un modo institucional de ordenamiento social, de la humanidad y dignidad de esos valores penderá la condición de la escala. Si lo ponderado por la escala fuera degradante de la condición humana, la escala sería otra versión del panóptico totalitario, que arranca la libertad y dignidad al individuo.
El sistema que propone un escalafón, por tanto, no sería necesariamente malo. Lo que determina su capacidad constructiva o destructiva son los valores que maneja.
En la vida de Lacie nadie carece de conexión y la naturaleza abierta del puntaje con que se mide 24/7 es casi el potro de tortura del sistema.
Porque lo que es inobjetable tanto en la realidad de Nosedive como en la nuestra es que Lo que la mayoría piensa ha sustituido a la verdad.
Por eso, una vez más, Black Mirror no es solo una serie sino—como dijera la genial Victoria Arderius sobre el tarot— “una máquina para pensar”.