Por Gisela Colombo
Entre los films clásicos que ofrecen algunas plataformas de streaming, en este caso Star+, existen varias versiones en escena de textos de prestigio.
“La letra escarlata”, estrenada en 1995, es una de ellas.
Inspirada en la obra de uno de los grandes escritores estadounidenses del siglo XIX, Nathaniel Hawthorne, que lleva el mismo nombre, no se niega a la libertad de una adaptación mucho menos infeliz que el original literario. Tal cuestión sin dudas responde a las expectativas del público cinematográfico en esos años noventa.
Un final feliz, a cambio del giro final de un drama romántico con visos trágicos. No obstante, la historia resulta interesante de todos modos.
Se trata del relato de la vida de una inmigrante inglesa que arriba a la región de Boston, una tierra que los inmigrantes hacia América del Norte pugnan por convertir en un sitio civilizado.
El puritanismo, tan célebre por limitar celosamente las libertades de la población —más con ánimo de ordenación social que expresión de la misericordia cristiana— le impone reglas tan rigurosas a la protagonista que, aun cuando no hubiera hecho nada pecaminoso, habría sido perseguida por sus conciudadanos a causa de su condición de librepensadora.
Hester Prynne (Demi Moore) es una mujer casada que arriba a América y comienza a buscar una casa donde sentar su futura familia. Más tarde llegaría su esposo Roger Chillinworth (Robert Duvall). Pero la aparición de un ministro de la Iglesia puritana deja todo el propósito en pausa. Se trata de Arthur Dimmesdale (Gary Oldman), un presbítero joven y atractivo, que desvía su propio camino y el de la protagonista desplegando un romance apasionado que fragua en una nueva vida. Pearl, quien narra la historia, será la hija de ambos que nacerá en el cautiverio de Hester como consecuencia de su embarazo adúltero. Chillinworth es dado por muerto, pero meses más tarde reaparece y reclama a su esposa, mientras conoce con certeza obsesiva la infidelidad de Hester e intenta desentrañar la paternidad del religioso que, en virtud de la fortaleza y lealtad de la protagonista, jamás se sabe por su boca.
Dimmesdale está con ella permanentemente y atiende a sus pedidos de no revelar por nada del mundo que él es el padre de la niña. Pero el espionaje que ejerce el esposo de Hester deriva en el descubrimiento y la consiguiente sed de venganza. No obstante, la sociedad bostoniana conoce la noticia de boca del mismo presbítero que se reivindica con su confesión pública.
Hasta aquí lo que propone la película. Porque el original literario, en cambio, es materia trágica, y como tal a acaba con las peores pérdidas. Dimmesdale es ahorcado. En el film, por el contrario, increíblemente existe un final feliz del todo diferente.
La obra literaria fue editada en 1850 con gran polémica por los cuestionamientos que se despliegan no sólo en el prólogo, sino también en el resto de la obra. Objeciones contra la cultura puritana que esclavizaba a la sociedad de 1666, según la perspectiva de Hawthorne. El título de la obra refiere directamente a la estigmatización y condena social de la mujer que desafía el puritanismo y a quien se le impone llevar en el pecho una letra escarlata “A”, para recordar a sus coterráneos su condición de adúltera.
Si bien el guión pierde fuerza en la medida en que se va alejando del vector por donde transitó el escritor este relato, una serie de ingredientes continúan convocando. Gary Oldman nos convence en un papel cuyo look —llamativamente— es el mismo que caracterizó al “Drácula” de Francis Ford Cópola en su versión londinense con la que conquista a Mina. Pero su talento actoral distancia a Dimmesdale del vampiro, a un punto sorprendente. La belleza de Demi Moore y su interpretación del papel protagónico también es un espectáculo en sí mismo.
La crítica cultural, especialmente avezada en los clásicos de la Literatura estadounidense, hizo prevalecer la diatriba y desplegó el conservadurismo que despiertan, casi siempre, los clásicos literarios. Se ha criticado la falta de documentación en el estilo de vida de las colonias del siglo XVII, la modernidad heterodoxa de los personajes femeninos y de la sexualidad, que más convocan a la Demi Moore real que a la heroína del texto. No obstante, la puesta en escena sigue siendo agradable, atrapante, excelentemente actuada y una vía de entrada —quizá y con algo de suerte— a la literatura de Nathaniel Hawthorne, que sin dudas vale la pena.