Por Gisela Colombo

En entregas anteriores de “De otro pozo” hemos ofrecido un análisis a propósito de la primera temporada de Bridgerton, la tira ofrecida por streaming, que se reveló como una de las más populares. Cada temporada cuenta con ocho episodios de duración convencional. El estreno de la primera data del 2020, la segunda, del 2022 y la tercera acaba de estrenarse en 2024.

En aquella oportunidad tuvimos en cuenta la espectacularidad de la puesta en escena en virtud de los vestuarios, las locaciones y la escenografía, al igual que respecto a la gracia de un guión crítico, pero siempre hilarante, que permite hacerse una idea de los cánones estéticos y sociales de otro periodo histórico, sin la sacralización o una distancia cultural irreconciliable con nuestro mundo.

En rigor, los episodios provienen de una novela literaria de Julia Quinn, que recorre una ficción a medias verosímil, ocurrida en tiempos de la Regencia británica. Retrata un mundo aunque ficcional que reproduce algunas tendencias de la alta sociedad y la nobleza inglesa de ese periodo, en lo que tiene de frívola e imperial.

Cada temporada está dedicada a uno de los ocho hijos de Violet, vizcondesa de Bridgerton, entre los que se incluyen la historia de amor de Daphne (Phoebe Dyvenor), Anthony (Jonathan Bailey), Colin (Luke Newton). Seguramente vendrán después el resto de los hermanos.

En esta última temporada no sólo será protagonista Colin, también Penélope Featherington, a quien a pesar del desconocimiento de su sociedad debemos el relato en sorna, que se oye como la voz de la chimentera local que firma “Lady Whistledown”, y a quien le pone voz la genial Julie Andrews.

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Aquella primera temporada signada por un erotismo demasiado explícito e insistente era la mayor objeción crítica en nuestra primera reseña.

No le cabe ni a la segunda ni a la tercera temporada la misma calificación. Los realizadores parecen haber eludido este exceso y, si bien se dan escenas de sexo, hay una moderación que no vio la luz en los primeros tramos de la historia.

En los hechos narrados durante la segunda temporada se pone en el centro de la escena la necesidad del vizconde de Bridgerton de hallar un matrimonio “conveniente”. Dos figuras entran en escena: un par de hermanas (de procedencia india, y origen inglés), que acabarán en conflictos como consecuencia de las contradicciones de Anthony Bridgerton (Jonathan Bailey) entre los genuinos deseos amorosos y la conveniencia de una candidata especialmente canónica.

Como sucede con el protagonista de la temporada anterior, aquí aparece un dato anacrónico e imposible para las sociedades etnocéntricas de aquella época, que sometían a un papel de servidumbre toda raza o nacionalidad no europea. En efecto, cuando Daphne escoge marido vemos un duque mestizo que, al menos en la puesta en escena, no constituye ningún problema ni tampoco despierta incomodidades en el resto de los personajes. Del mismo modo, las dos recién llegadas para dar una vizcondesa a Bridgerton, son dignas representantes de la etnia de India y de los efectos de la colonia inglesa por esos lares.

En este sentido, hay una evolución no sólo por medio de la omisión y cierto decoro estético, también toca algunas cuestiones que entonces existían, durante el periodo que recrea la tira, pero que asimismo han permanecido en las sociedades posteriores hasta hace muy poco tiempo, si no llegan hasta nuestra misma realidad…

La condición de figura no hegemónica de la protagonista de la tercera temporada, desde el punto de vista del aspecto físico, interpela al espectador y al mismo género de la ficción.

La habilidad de los guionistas para transitar la cuerda floja entre los valores de la Regencia y los contemporáneos es digna de ser resaltada porque logra un equilibrio fresco, que no da la espalda del todo a los hábitos del siglo XIX.

Diríase que evolucionan los libretos de la serie hacia cierta cultura más inclusiva y cuidadosa de los aspectos sensibles a algunos sectores de mayor debilidad de nuestra cultura contemporánea. Todo ello sin perder efectividad, lo cual no deja de ser meritorio.